ES VERDAD QUE CADA ROSTRO CUENTA UNA HISTORIA... La mía no era linda.Cincuenta y ocho “tacos” pesaban.Nada quedaba de ese latino de mirada intensa y juguetona que veinte años atrás vino a comerse la vieja Europa. Mi cabellera, en otros tiempos abundante, fuerte, brillante, me había abandonado. Pocos y nada bien situados pelos crecían con fuerza de púas de erizo, buscando acomodo en narices, orejas o indiscreto entrecejo. Mi sonrisa, de boca grande, carnosa y dientes perfectos había sido reconstruida por un mecánico, apoyada en las dos únicas muelas supervivientes del desastre, y pagada a plazos de a mes, durante tres años. Para colmo de males, anunciaba mi llegada una barriga grande y oronda, de las que yo me reía a los treinta e incluso a los cuarenta.
Era duro vivir un primer mundo, al que arribé de polizón hacía ya dos décadas. La suerte pocas veces golpeó mi puerta, ni con la legalidad en la mano son fáciles estas tierras donde el frío entumece los huesos y no vale improvisar para combatirlo. Se necesita casa, calefacción y abrigo. Llevaba demasiado tiempo en esa gracia. Es que, me miraba en el espejo y no me reconocía...
EL INTRUSO_ Susana Monis
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