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Foto del escritorSusana Monís

EL POMO MÁGICO

Hace un par de semanas entré en una perfumería por casualidad, y encontré una crema nutritiva que yo empleaba a los veinte y a los treinta, pero que a los cuarenta cambié por la que todas las amigas me recomendaron. Si, si.... Esa carísima, que dicen consigue dejarte el cutis de un bebé y desaparecer las arrugas, además de la plata del bolsillo.


No soy de cambiar rutinas, pero de curiosa, abrí el pomo, y me asaltó un perfume tan conocido: Olía a libertad, a risas, a domingos de quedadas, a guitarra, a mar, a montaña, a viajes, a charlas hasta la tantas....Tanto me gustó que seguí ahí y me emborraché de su olor, mientras, sin buscarlo, embarraba de crema la punta de mi nariz. Y de pronto los miedos me agarraron... Ya no era una cría para esas cosas,... como me viera un dependiente.... Roja como un tomate, la cerré, la coloqué en la estantería y sus restos los extendí por rostro y manos. Mi piel se la tragó, mientras salía de la tienda como perro que tumbó lata.


Fuera me sentí a salvo, pero entonces tuve que apagar otro fuego...me acababa de dar un ataque de risa incontrolable, desternillante, de los que antes. Duró varios minutos. Cuando conseguí frenarlo y fui a coger la Gran Vía para perderme entre la masa, mis pies, díscolos, me devolvieron a la tienda. Hacía tiempo que no me dejaba arrastrar por ellos, pero, hoy todo se salía de madre…. Decidí dejarme llevar y, en vez de tirar con fuerza e imponerme, fluí con ellos, dejándolos hacer. Con paso firme y casi juguetón, me encaminé en busca de ese pomo que me había provocado el caos. Y no sólo eso, hasta convencí a mi cabeza de que dejara de meter cizaña con sus rancios “peros”. En definitiva… ¿qué podía pasar? la había probado y mal no hacía ¿NO?


Cargada de mis razones, que nunca eran igualitas a las de los demás, volví a entreveer ese “yo” con el que tanto había disfrutado. Una sonrisa cómplice, se engachó en mis labios e iluminó mi rostro, mientras, decidida, regresaba a por el bote. Cuando fui a pagar, mis pies se marcaron unos pasitos a golpe de un tema de Alejandro Sanz que surgía del hilo musical. La dependienta, al ver mi actitud y la crema me preguntó ¿La ha probado? y le dije….



- La llevo puesta.  


Y me contestó entre alucinada y divertida:


- Pues le da brillo al rostro. De verdad que le queda perfecta. “


Al llegar a mi azotea, puse el pomo en la balda del baño, junto con las cremas de uso. Y cuando mi madre me hizo la llamada diaria, y le conté que había gastado dinero en ella, con la autoridad no sólo de madre, sino de esteticista, me dijo enfadada:



- Susana, has pagado un placebo, esas cremas son, más que cualquier cosa, agua 


Mi lengua, sin poder contenerse, le contó….



- Mamá, tú sabes más de eso que nadie , pero te aseguro que a mi me ha sentado a las mil maravillas”

Al colgar, en un ataque loco, guardé todas esas cremas tan caras que arruinaban mi bolsillo y en la noche me embadurné de esa que a la que mi olfato y mi instinto le había dado el "ok".


Mi intuición pocas veces falla, y, no se si era el efecto placebo, pero dormí de un tirón y me levanté juguetona, alegre, sata. Sin rímel, raya, ni sombra, los ojos me brillaban y la sonrisa seguía ahí pegada.


Así, sin maquillaje alguno, me asomé a la calle y encaré la mañana .....




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