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Foto del escritorSusana Monís

El regreso de la maestra

Fue bajar del almendrón y la nieta de Gladys apareció de la nada para pegarme un abrazo de los necesarios. Tan fuerte y cálido que me hizo sentir en casa. Esa chiquita me adoraba. Mientras despedía al chofer, no me preguntéis cómo, aquel torbellino cargó con mis dos maletas demasiado voluminosas para su pequeña estatura y su menudo cuerpo. Las llevó hasta la puerta de la casa y, allí, me esperó. Yo la alcancé esforzándome por andar con paso firme, conteniendo nervios, pero fue introducir la llave en la cerradura y los recuerdos me volvieron torpe. Mis manos empezaron a temblar, los ojos a aguarse. y yo a desmoronarme. Aquellos malditos sentimientos, que había mantenido a ralla estas últimas semanas, se habían desatado y, sin control, emergían entre lágrimas.


La intuitiva Daniela se percató de mi fragilidad al momento, aunque no creo que comprendiera mi proceso. Era demasiado chiquita para eso. Y para mi, que venía de un lugar que casi tenías que pedir perdón por ser mayor, que se ignoraba lo que sentíamosí, fue consolador ver cómo la muchacha, con una dulzura heredada de su abuela, me envolvió con sus halagos, para calmarme. Me contó lo repuestica que estaba, echó la culpa de mi torpeza con la llave al óxido acumulado en el yale...Y yo me dejé querer.



Poco a poco, mis nervios se fueron apagando y tomé de nuevo el control de mis emociones. Sólo entonces, ella se atrevió, con mucha dulzura, a pedirme la llave. Tardó en abrir. Le costó. Juro que no acostumbro a ser mala, pero mi autoestima agradeció eso de que, a pesar de la juventud y destreza de Daniela, mi puerta no cediera al instante. Lo hizo justo cuando llegaba Jesús, mi vecino, a echarnos un cabo, y Flora, una antigua alumna. El circulo de amigos y vecinos se fue haciendo más grande. Las risas y el alboroto convocaban a los míos y a muchos curiosos, mientras mi Danny, siguió en lo suyo. Arrastró mis maletas hasta la habitación. Estoy segura que al pasar por el salón, se paró y saludó a su querido piano, ése que sonaba especial en sus manos. Después, sin despedirse, marchó en busca de su abuela, a contarle que su maestra, la maestra Sara, volvía a casa. Convencida de que si alguien no podía faltar a la fiesta era su abuela, mi a Gladys si que no podía faltar a la fiesta.


A Cuatro Manos_Susana Monís







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