la Sofía que llego a Madrid se había desteñido. La mecánica de la ciudad se apoderó de ella y la ciudad de la que se enamoró, yacía oculto bajo su manto de prisas. Programaciones, evaluaciones, actividades, diagnósticos, compromisos sociales, padres, cursos y terapias habían tomado por asalto su tiempo, convirtiéndola en esclava de su agenda. Un calendario a reventar anulaba una imaginación que la misma Sofía había condenado a exilio forzoso. Hasta su ocio era programado con semanas de antelación. Compartía sus angustias con compañeros que también circulaban como zombies por una ciudad que iba engulléndoles sus almas, mientras ellos, sin ser conscientes, se dejaban llevar hacia el abismo.
Deborada por las obligaciones cotidianas, no le quedaba un minuto para la añoranza, pero su pasado necesitaba hablarle y encontró un resquicio para colarse cuando Sofía, en su intento de planificar hasta los sueños , quiso convertirlos en proyectos y volcarlos en papel para agendarlos. Ese día, el pasado le taponó el camino a la imaginación, y emergió, con tal fuerza, que Sofía se vió obligada a hacerle hueco.
AL REENCONTRARSE CON SU AYER, le regresó a su esencia
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