Me ofrecieron un trabajo en una ciudad exótica, bella y lejana. Sonaba bien eso de aceptar responsabilidades a cambio de carro, móvil, viajes y un fantástico sueldo. En mi ignorancia troqué el significado de viajar con vivir intenso, y sin pensarlo acepte la oferta y di cerrojazo a mi planeta.
Llevada por las prisas o quizás por el pánico, no dediqué tiempo a escoger mi equipaje. De un tirón hice maletas. Saber elegir es un arte, tal vez uno de los más difíciles de aprender y yo lo descuidé. Entre mis ropas viajaron grandes dosis de ilusión y miles de expectativas, pero no invité a acompañerme a Sofia, segura de que en mi nueva vida no tenía cabida. Estaba convencida de que la responsabilidad del puesto requería una persona seria y madura, y que mi faceta loca y divertida la debía de dejar atrás…. Tremendo error, equivocar seriedad y madurez con apatía. Sofía, mi gran compañera de vida, era tan especial que no habitaba dentro de quien no la valorase, así que, sin gestos bruscos ni amargas despedidas, desapareció de mi presente y yo la dejé anclada con broche de oro en el ayer.
Mi aterrizaje en el nuevo puesto conllevó semanas viviendo una vorágine, crispada, tensa. Centrada en un hoy que no controlaba, me dejaba arrastrar asimilando el trabajo, aprendiendo a moverme sin tropiezos por mi nueva realidad. Conforme me estabilicé, las rutinas ganaron el pulso a la aceleración de los primeros días. Mi agenda se convertió en un hervidero de actividades: trabajo, clases de inglés, gimnasia, citas para almorzar, cenas, fiestas… y sin darme cuenta, o a lo mejor, de forma totalmente consciente, desterré de mi mundo la improvisación.
Evitaba, a toda costa, penetraciones de nostalgia y en cuanto existía un minuto libre, lo amordazaba, con un nuevo compromiso. Paraba lo indispensable en el apartamento: mudarme de ropa, alimentarme de lo que Luisa cocinaba y dormir. Esclava del dios Cronos, me desdibuje en la caricatura de un abominable y repulsivo ser: “la Mujer Agenda”, cada vez más ocupada, cada vez más hueca…
Y un día, al mirarme al espejo no me reconocí en ese personaje gris y sinsorgo en el que me había convertido. Juro que no me reconocía en ella…Y es que eran otros los que se alimentaban de viajar, vestir lindo o de ser los más populares de las fiestas. Desde chiquita me producían urticaria los hoteles caros. Odiaba sus habitaciones sin vida, en las que consumía largos fines de semana… Pesaba como una losa aquel trabajo. Todas mis articulaciones se resentían. Mis sentidos no funcionaban. Intentando poner remedió desconecte el interruptor de esa plástica y acelerada hembra que yo misma había engendrado, y que aseguró longevidad, borrando de la hoja de ruta las instrucciones para invertir el proceso, mientras corazón y mente pedían a gritos el el regreso de Sofía., que al advertir mi despero y la imposibilidd de colarse en mis días, se asomó a mis sueños. Al instante noté su conocido latido. Debió de asustarse al ver mi estado. Consciente de que sólo habitándome, me salvaría, empezó a soplar a un aletargado oído mensajes para ella elementales…
Descubre cuál es el motor de tu vida. Las ganas de vivir surgen de la fuerza del alma, de las ansias de amar, de la curiosidad por las cosas. No las asesinan los años, sino la desgana.
La Magia de la Otra Cara del Mundo_ Susana Monís
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