Nuestro problema es que necesitamos muy poco para ser felices,
pero mucha experiencia para comprenderlo
_Rafael Vidal
Esa mañana, por impulso, me había lanzado a la calle vestida de la prisa de las macrociudades a buscar el azar y mis pies me llevaron hacia rumbos no habituales, a un extraño paraíso: donde la música gobernaba el aire y los acordes se entremezclaban en él. Golosa, picoteaba de uno a otro espacio sin saber dónde quedarme, sin disfrutar plenamente de algo.
En aquel lugar, sin descubrir su identidad, jugaban al escondite vendedores de sueños, jóvenes talentos, talentos ocultos, embaucadores sin talento. Deambulé entre ellos dejándome llevar por el instinto. Fijé mis pupilas en un anciano del que destacaban, sin lugar a dudas, sus carencias:
Era un hombre de indefinida edad, profundas arrugas enmarcaban unos ojos de mirada generosa y relajada. Las comisuras de sus labios perfilaban la perpetuidad de una sonrisa intensa. Me llamaron la atención sus carencias:
- NO llevaba su precio tatuado en la piel, ni mirada ambiciosa.
- Carecía de la sonrisa estúpida que conlleva el trueque.
- Tampoco vestía de manera extravagante.
- NO era ni alto NI bajo.
- NI siquiera ocupaba uno de los lugares más transitados del parque...
Era un ejemplar de una raza no registrada en el zoológico urbano. Transmitía tanta paz y buena onda que me senté cerquita, en espera de que algo mágico sucediera en su presencia. Y pasó...
El Contador de Cuentos_Susana Monís
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